El pasado 30 de octubre el matador de toros Luis Francisco Esplá impartió una conferencia en el Museo del Prado, acerca de la obra pictórica “La Tauromaquia” de Goya. Tuvo el honor de ser el primer torero que “rompía plaza” en uno de los máximos escenarios de la cultura universal. Como reflejó atinadamente Rosa Jiménez en el Tribuna de Salamanca, lejos de alentar y ser testigo de tan importante acontecimiento, la gran familia taurina y sus voceros consideraron que el acto no tenía el suficiente atractivo y glamour para dejarse ver y prefirieron dar lustre a la ceremonia de investidura del quinto califa; lástima que don Mariano de Cavia (autor de tal dignidad taurino-jerárquica) no pudiera contemplar, por medio siglo, la aportación excelsa del nuevo caudillo a la historia del toreo cordobés. Seguramente, ni los más fervorosos seguidores de Manuel Benítez se imaginaron ni por un momento que su torero alcanzara otras metas que no fueran fama y dinero. El toro íntegro, la lidia, el arte, la liturgia, el respeto y el reconocimiento de la afición resultaban elementos prescindibles para su revolucionario toreo. De forma irónica, muchos de los taurinos que renegaron, con lógicas razones, del fenómeno cordobesista, ahora doblan la raspa y rinden pleitesía al nuevo califa. Pero volviendo a la parte seria, el maestro alicantino, como remate a su exposición, quiso compartir una duda personal y lanzó al aire del salón de actos del edificio Villanueva el siguiente interrogante: “¿Qué hace un torero en el siglo XXI? ”. Para José Tomás el 7 tiene que aprender a comportarse, guardar silencio y ser sumiso. Ese es el camino que debemos tomar los aficionados, no solo del 7, sino de cualquier otro sector propenso a manifestarse y expresar su parecer. La pregunta tiene miga y podría tener múltiples interpretaciones y respuestas, pero bien sirve de comodín para aplicarla a otro sujeto de la Fiesta: ¿Qué hace un aficionado en el siglo XXI?. A los aficionados también les ronda a menudo la duda de cual es su papel en la Fiesta actual, sin embargo y desgraciadamente se lo recuerdan de forma machacona siempre que hay ocasión: ¡¡cállate!!. En todas las plazas, incluyendo Madrid, el aficionado se siente desplazado, reducido por una masa teledirigida como un ejército de clones, y con grandes dosis de una ignorancia que no se recata en desparramar por los tendidos. Hablando de silencios, últimamente el diario El País se ha tomado en serio la campaña del ayuntamiento “Madrid, en silencio” y se ha podido leer en sus páginas dos referencias al ruidoso tendido 7 de Las Ventas. En un artículo titulado “El tendido del 7” el columnista Javier Pradera comparaba la actitud destemplada del delegado del gobierno en el País Vasco durante las sesiones parlamentarias con la de los aficionados del 7 (el artículo se puede leer íntegramente en otra piedra de este muro). Como respuesta, mi amiga Yolanda, de la grada del 7, mandó una carta al director del diario aclarando una serie de puntos por si pudieran ser de ayuda para desasnar en la materia al sabio periodista. No se publicó (salvo en la misma piedra del mismo muro). El toro íntegro, la lidia, el arte, la liturgia, el respeto y el reconocimiento de la afición resultaban elementos prescindibles para el revolucionario toreo del nuevo "Califa". Pocos días después, en una información acerca de la presentación de un libro del cantautor Joaquín Sabina, se recogía un comentario pronunciado en dicho acto por el torero alienígena-interestelar José Tomás en referencia al silencio del público durante la interpretación de una canción de su amigo: “A ver si aprenden los del 7”. La periodista que firmaba la reseña aclaraba a continuación, por si alguien no lo sabe, que el 7 es “el tendido más bronca y ruidoso de Las Ventas”, así de simple. Pero ese bronca y ruidoso tendido 7 es el mismo que vibraba cuando el toreo de José Tomás era de verdad, puro, terrenal, y aún no había ascendido a los espacios siderales para regresar hecho un divo, ñoño y pesado enganchapases, pero ese es otro tema. Para José Tomás el 7 tiene que aprender a comportarse, guardar silencio y ser sumiso. Ese es el camino que debemos tomar los aficionados, no solo del 7 sino de cualquier otro sector propenso a manifestarse y expresar su parecer. Eso es lo que espera del aficionado una figura y los taurinos en general, ya no lo disimulan. Quieren al público que paga, calla y aplaude; el aficionado exigente y con criterio, que se recicle o que se vaya. Ese es el papel del aficionado en el siglo XXI. Lo preocupante es que en un diario como El País, tras reducir a la mínima expresión el espacio destinado a la información taurina (las reseñas de festejos carecen de ficha, son escasas y escuetas) se desprecie con tanta ligereza al aficionado cuestionando su derecho a expresarse libremente desde el tendido. Muchas veces recuerdo y echo de menos a Joaquín Vidal y sus impagables crónicas, donde explicaba con su magistral estilo por qué gritaban aquellos aficionados venteños y por qué lloraban de emoción, llegado el caso. Bueno será que más de un periodista del diario independiente de la mañana repasara sus crónicas para no caer en el ridículo al que aboca la desinformación. O quizá sean los aficionados los desinformados y no se hayan enterado aún que en el recién estrenado siglo XXI, deben pagar, callar y aplaudir.