El aficionado sabe que, igual que se torea, se destorea: echar la pierna de salida del toro para atrás para no cargar la suerte y, sin exponer, facilitar que el toro pase sin llevarle obligado; tirar líneas sin más con la muleta, en paralelo; llevar al toro con la punta del engaño echándoselo el torero fuera de su jurisdicción (hacia la M-30, como dice el que firma, pues es abonado de Las Ventas); poner la muleta donde debe estar el torero, desplazándose éste un metro a las afueras; no rematarse las series, haciendo la noria, etc, etc… en fin, lo que se dice destorear.
Al igual, y es mucho menos comentado, en el ruedo resplandece en ocasiones la torería y en otras, lamentablemente, se manifiesta actualmente con facilidad la destorería. Así, hasta ahora, era habitual que en las faenas haya volteretas y en ellas, o en otros lances de la lidia, el diestro pierda las zapatillas y continúe sin ellas. Bueno… ya nos hemos acostumbrado y no pasa nada, pero sin duda fue gesto de torería, que pasó desapercibido, que Manzanares, en su relevante faena de Madrid este san Isidro, perdiera una zapatilla y, en vez de lo habitual, quitarse la otra, ordenara a un subalterno suyo que le ayudara a ponerse la zapatilla perdida –también para esto está la cuadrilla- y prosiguió con toda naturalidad su artística faena. En cambio, en este verano, se ha visto reiteradamente al diestro López Simón –para muchos ya una figura- que, antes de disponerse a iniciar su faena, se quite las zapatillas y las deje muy colocaditas junto a las tablas, antes de encaminarse al toro, a pie descalzo, andando de modo habitual en él, mirando a la arena, en vez de mirar a su oponente con una mínima decisión y compostura –ya no decimos gallardía-. Dirá el que va de vez en cuando a una corrida de toros, como público, que todo esto son formalismos puntillosos y que lo importante es torear. Pero el buen aficionado sabe que la torería y el hacer bien las cosas en el ruedo es el camino ideal para llegar a hacerse buen toreo, el toreo clásico de toda la vida…. y, a su vez, sabe que los grandes toreros de época siempre han tenido torería. Por ello, esta realidad de López Simón, insólita hasta ahora en los ruedos y que pasa silenciada, sin duda suscita reflexiones en el aficionado observador. Ya sabemos también todos los aficionados que el verdadero protagonista no es el torero sino que es el toro, “la corrida está donde está el toro” afirmaba con toda lógica Gregorio Corrochano, pues lo que se hace en la lidia debe ser según el ejemplar que hay delante, pero las conductas del diestro marcan la lidia y el toreo, o el destoreo, al toro bravo, el cual es en efecto la verdadera razón de ser de todo el espectáculo. Por ello convienen unas consideraciones según lo que se ha visto este verano en ciertos ruedos y se suele ver, con respecto a lo que son destorerías manifiestas. Ha comentado en alguna entrevista Gonzalito, el que fuera mozo de espadas tantos años de Curro Romero, que de pequeño, la chavalería de su barrio, veía pasar andando, vestido de calle, al Niño de la Palma y era tal la gracia de su paso que todos los chavales le seguían para verlo andar… como si fueran los ratones del flautista Hamelin… el ser gran torero se nace pero la torería se aprende y a buen seguro supo transmitirla el de Ronda a sus hijos: es impensable que Antonio Ordóñez, tan enorme capotero, diera las pataditas que se ven hoy en día para desplegar los capotes una vez hecho el paseíllo o antes de lancear al toro, pataditas que tanto da al percal su nieto Rivera Ordóñez… Capote que debe ser abierto al vuelo y, si no obedece, se le debe rebajar el apresto para los futuros lances, como siempre se hizo… estas pataditas no dejan de ser un maltrato al medio material que tiene el torero para desarrollar su arte, y no hay artesano o artista que maltrate los trastos de su oficio… igual que nadie de nosotros va a desarrollar su oficio a pies descalzos pues se consideraría falta de respeto a compañeros y personas que fueran a tratar contigo que, en este caso, es el espectador. Lo ridículo que resultaría salir sin zapatillas del hotel –puesto que de antemano López Simón ya tiene decidido descalzarse, podría hacerlo- es igual a lo ridículo que resulta el quitárselas antes de dirigirse al toro. Gran destorería es, en efecto, como es la patadita al capote. Otro caso de destorería, y notable, es reciente. Un torero de la parte baja del escalafón, Emilio Huertas, toreó hace poco como único espada en La Solana y, a mitad de la tarde, yendo impecablemente vestido de luces, se cambió de vestido, y con un segundo vestido inició la lidia con el capote en una mano y en la otra la montera: la estampa era preciosa y cuando a pies juntos lanzó la montera para provocar la arrancada del toro y le recibió sin moverse, echando la capa a sus vuelos, sin duda fue gesto de gran torería. En cambio, nada menos que Enrique Ponce, en Istres, dejó el vestido de luces en la silla durante su actuación y, como si fuera a encaminarse a una boda o a un cóctel, salió vestido de esmoquin. Gesto original, sin duda, pero ¿quién tuvo más torería?. En Santander, quiso que en su faena se le tocara una banda sonora de una película, una música de Ennio Morricone… está visto que Ponce ya se aburre mucho en el ruedo… ¡con la majestad que tienen muchos pasodobles, Manolete por ejemplo!. La originalidad no hace la torería, pues todos recordamos en las últimas décadas los vistosos capotes de Paula, Joselito o Esplá, con las vueltas moradas, azules o verdes turquesas: lo clave era verles usar el percal. El gesto de Ponce fue muy propio de él, en un alarde escenográfico que refleja y simboliza la apabullante y fría superioridad que luce tantísimas tardes frente al toro –que sea cual sea convierte en su toro-, pero en realidad, sin darse cuenta maestro tan experimentado como es él, fue una falta de respeto al vestido de luces (nada más bello y apropiado para el toreo), al toro y al aficionado, que no al público general, tan contento del show. Qué contraste con las imágenes conservadas de Domingo Ortega en el festival en beneficio en Madrid a Nicanor Villalta (1956), pues estando sentado en el tendido de espectador, el de Borox fue tan requerido a torear que saltó y así lo hizo, yendo de calle y sin mancharse el traje, frente a aquellas reses de aquella época, que tanto se movían. Al hacerlo Ponce en indumentaria civilmente tan de fiesta, tan frívola para un rito profundo como es el toreo, hizo muy de menos al vestido de luces, al toro y al aficionado. En cambio, enorme muestra de respeto a la indumentaria torera es la del diestro mexicano Silveti, que cada vez que lo sacan a hombros se echa el capote de paseo a los hombros y sale del ruedo con él, igual que entró, con torería de gran gusto. El toreo en corrida es en efecto un rito, el matador es su sumo sacerdote en ese momento y cabe recordarse que todos los sacerdotes se ponen su ropa litúrgica al decir misa… Pero ya sabemos que las figuras actuales, no todas, menos mal, tienen tendencia a ser toreros de Armani. El vestido de luces es tan elegante, tan objetivamente vistoso, bello y lucido, como su nombre indica –de luces-, que dejarle en la silla y cambiarlo por un esmoquin es enorme destorería. ¿Se imaginan a Antoñete quitarse su vestido a mitad de una corrida y salir a torear con un esmoquin?. Era impresionante ver la torería póstuma de Chenel –sí, ya sin poder pretenderla tener él siquiera- en su capilla ardiente de Las Ventas la mañana que lo llevaron a enterrar: iba soberbiamente vestido de corto, con una calzona gris y una chaquetilla de terciopelo verde botella con solapa y remates negros, preciosa, con un muy antiguo capote de paseo con la imagen de la Virgen de La Paloma a sus pies…. Y tenía a su vera la silla montada con su vestido lila, el de las grandes tardes, teniendo así éste gran protagonismo, el que debe tener…. Fíjense si tenía torería póstuma Chenel –a causa de él se hizo aficionado el firmante, de chaval-, que esa mañana llovía en Madrid y al sacarlo por la Puerta Grande la afición al grito de “¡Viva el toreo!”, de repente, al cruzarla el féretro justo para salir a la explanada venteña, salió entonces en ese preciso momento un sol resplandeciente, mientras el féretro cruzaba el umbral de la Puerta Grande, como si hubiera citado de lejos al mismo sol en uno de sus soberbios cites a distancia. En fin, volviendo al presente, con relación a Ponce, dejemos a un lado la frase contundente de Rafael de Paula para no meternos en jardines: “El torero que torea todos los toros, no torea de verdad ninguno”, que recoge Manuel Arroyo-Stephens en su Pisando ceniza, en una conversación del gitano con él y Bergamín (Madrid, Turner, 2015, p. 85). Aparte de lo dicho anteriormente, no obstante, se puede tener torería sin ser ni elegante ni ser un gran torero, sino simplemente un torero de valor (ojo, el valor es la base, cuando se torea, de toda torería): antaño la tuvo Manili –qué faena tan épica, plena de torería, frente a aquel pedazo de Miura en los años ochenta, que nos puso el pelo de punta a todos los venteños-, y hogaño un Padilla, muy profesional, esforzado y voluntarioso en el ruedo, lo cual tiene gran mérito tras tantas temporadas en lo más alto del escalafón, pero es evidente que de elegancia por un lado y toreo profundo y con majestad por otro, nada: aunque Padilla tiene torería ante la vida pues le ha echado enorme valor a su circunstancia y a la profesión tras la terrible cogida de Zaragoza –otro se hubiera retirado a disfrutar de lo conseguido-, y torería en el ruedo, pues suele estar muy pendiente de la lidia y de sus compañeros, y tiene de sobra ese “aquí estoy yo” que deberían tener todos los toreros. Otra cosa es que el toreo pueda adquirir quilates en sus manos, entre las carreras y desplantes que se pega y nos pega. Aunque hay otros toreros del mismo corte pero incluso peor, sin torería, caso del Fandi… no obstante, tampoco es esto lo grave, lo peor es que actuales grandes figuras, que veremos líneas adelante, carecen de torería y unos ni la buscan y otros creen tenerla… aunque también viene la situación del propio devenir del concepto de figura para matadores que se ha instalado en las últimas décadas y que en realidad no deberían tener ese estatus, pero como llevan público a las plazas…, pues eso es lo que define la situación… eso pasaba con Litri hijo, que cobraba en sus años como figura y ganó bastante dinero durante años por ello, pero figura de verdad… o Jesulín… menos mal que el tiempo pone a cada uno en su sitio. Como todos los oficios y profesiones en la vida, en efecto, es muy importante “creértelo” y a ello sin duda ayudan, y no poco, dentro del toreo, los detalles formales de torería: Morante de la Puebla, que rezuma torería en la plaza con su pañolón al cuello en vez de corbatín, su puro ocasional, su pelo, y su empaque general (empaque torero, como el que tenía Antoñete, no la elegancia fría que tienen otros toreros, como Cayetano…), al principio de su trayectoria “se creó” un personaje romántico y, de créerselo tanto Morante, finalmente, convirtió el personaje en personalidad. Solo verle hacer el paseíllo vale la entrada. Por cierto, es sabido que, por respeto a la cátedra, van desmonterados los noveles que hacen el paseíllo por primera vez en el ruedo de Madrid, al igual que en otros ruedos, pero siempre, con una mano, se ha sujetado el capote de paseo –que se solía estrenar siendo la capital y si se era novillero puntero- y con la otra se portaba la montera, meciéndola por bajo, al andar parsimoniosamente, degustando ese primer paseíllo en la catedral del toreo. Ahora es habitual ver a los chavales agarrarse con la misma mano izquierda capote y montera y bracear ostensiblemente el brazo derecho, andando más deprisa de lo que se debiera, no paladeando, inconscientemente, el que va a ser irrepetible primer paseíllo nada menos que en Las Ventas, y como pasando el trance cuanto antes mejor… Y es que nadie les ha dicho cómo debían salir a la arena más importante del mundo… Aunque tampoco se puede exigir mucho a los chavales cuando hay incluso figuras, como El Juli, que pese a sus ya pocos miles de paseíllos no lo hace con torería pues anda, sinceramente, con vulgaridad, vean los paseíllos en que han coincidido Morante y El Juli, el día y la noche andándole al ruedo, y al verlos a la vez…. Es el gran ejemplo de que hoy se puede ser gran figura sin tener torería –y dejemos aparte el tumbarse al torear, haciendo la escarpia, o el julipié- y refleja la evolución en general de la tauromaquia hacia lo prosaico y previsible, pese a genialidades concretas como las del de la Puebla del Río. Genialidades manifestadas en su personalidad toreando, no solo en su aspecto formal, como se vio en la última corrida de la feria de Abril de este año cuando, habiendo perdido la muleta en la cara del toro, en vez de cogérsela un subalterno o él mismo para salirse del peligroso terreno, la tomó del albero de la Maestranza y ejecutó un torerísimo molinete a rodillas genuflexas propio de Rafael el Gallo o de Juan Belmonte, impensable en el previsible Juli: la mayor torería se manifiesta en su esplendor toreando, en efecto. La misma torería que tuvo Manzanares –tan criticable tantas tardes por destoreo y que luce muchas tardes la fría elegancia mencionada- en Madrid, en la faena mencionada de este san Isidro, cuando en vez de salirse de la suerte suprema tras cuadrar al toro, le aguantó dos segundos cuando se le arrancó, sin terminar el diestro de perfilarse para entrar a matar pero que recibió al encuentro: otro se hubiese salido de la suerte y la hubiera repetido prosaicamente. Con respecto a la suerte suprema –no olvidemos que todo lo que se hace en la lidia va encaminada a ella, y sería por tanto crimen de lesa tauromaquia si se eliminara en el futuro, como pretenden algunos-, ha habido diestros que al momento de entrar a matar, y no hace mucho tiempo, han arrojado la muleta y se han lanzado al toro a topa carnero, creyendo que hacían suerte muy torera, caso de Iván Fandiño, y nada menos que también en Las Ventas, cuando era justo todo lo contrario, gran destorería, pues no hay mayor torería que usar brillantemente los engaños y avíos del toreo y más en la suerte suprema: cuando existía en el DNI el apartado para la profesión, no se ponía “torero” sino “matador de toros”, al ser como su nombre indica la cimera de todas las suertes de la lidia, la más encumbrada, ya que lo que de verdad otorga gran categoría a un torero es ser excelente estoqueador. Precisamente, a Manzanares se le perdonan faenas basadas en el destoreo por culminar con la espada por el modo tan fulminante con que lo hace, pese a que la ejecución en realidad no sea la ortodoxa –recordemos lo de “en corto y por derecho” según el cánon de Paquiro, y no tan lejos como se sitúa el alicantino- y por la colocación de la espada, eso sí, tan excelente muchas veces. Que destoree en muchas faenas queda tapado así por su elegancia –que ya hemos visto que no siempre es torería- y por fusilar a los toros en la suerte suprema. No obstante, siempre hay excepciones –y más en un mundo de sensibilidades diversas como es el del toreo- y la mitificación ha alcanzado a pésimos estoqueadores pero grandes toreros, caso de Paula, y otros. Curro Romero, sobre todo en sus últimos años, realizaba fatal la suerte suprema, casi siempre, ni medio ejecutándola en realidad, pero nadie discutía su genialidad torera. Son notabilísimas excepciones, pues el gran torero debe ser buen estoqueador, por eso es matador de toros. Otra destorería manifiesta, y que no gusta incluso ni a los públicos, es tocar el cuerpo del toro durante la lidia –no una vez muerto, como se ve a veces, con una palmada en el arrastre tras una buena faena, que sí es gesto torero-, o echarse encima del toro estando vivo, como alguna vez se ha hecho: caso de Jesulín en Gijón en 1993, o mucho antes de El Cordobés en 1970 en la plaza de Jaén, al final de una corrida suya de éxtasis cordobesista. Benítez sin duda tuvo otras notables virtudes como torero de época -tal vez la mayor su muñeca izquierda-, pero aquello estropeó una tarde plena de gloria pues alcanzaba la cifra de 121 corridas en una temporada. Esto, no es que sea destorería, es que es vergonzoso hasta para el espectador pues es burla de la bravura supuesta del toro, la tenga o no. En cambio, sentarse encima una vez muerto, y después de gran faena, hoy en día no se vería bien, pero antes era gesto de torería, y una tarde se lo vio el que escribe a Esplá; como era y es gesto de torería echarle al toro la muleta encima cuando tras buena faena se encamina a tablas agonizando, quedando subrayado el gesto si doblara el toro en el centro del platillo: al ponerse la muleta sobre el adversario se pone el toreo sobre el toro, como debe ser… También es torería tocarle al toro el pitón durante la faena pues es el arma defensiva del oponente y es muestra de superioridad lograda por el diestro durante la misma, tras domeñar al oponente: hay imágenes, haciéndolo, de Joselito y Belmonte, nada menos, por ejemplo a Miuras, y cuenta la leyenda que por ello el primer don Eduardo Miura se disgustaba cuando ocurría, en aquellos tiempos bravos en que los ganaderos se enorgullecían de la bravura de sus toros y no de su “toreabilidad”. Así, como gesto de torería lo entendió Madrid en la llamada “corrida del siglo”, en 1982, cuando Esplá colgó del pitón de un victorino su corbatín, aunque hoy, seguramente, el público venteño, tan distinto al de entonces, lo vería como algo puramente gracioso del diestro, sin terminar de entenderlo bien. Esplá fue, sin duda, otro matador para aprender torerías en el ruedo, es sabido que le gustaba recrearse recuperando estampas antiguas, pero le salía la torería verdadera, recuerdo el verle varias veces tirar la montera al toro para provocar su arrancada. Hoy, por sistema, o se brinda o aunque no se brinde, se la quita para torear o la arroja a la arena, cuando es torerísimo torear de muleta con ella puesta… Morante alguna vez lo hace… en la última tarde de Esplá en Las Ventas, cuando éste le cortó las dos orejas a su último toro, Beato, recuerdo que inició la faena en tablas de sombra, y mientras le llevaba toreado a la muleta con la mano derecha, con la izquierda estaba agarrado a las tablas y subido al estribo… aparte de lo comprometido del pase, qué imagen tan torera, parecía sacada de La Lidia… y yendo vestido con un terno precioso, de grana y muy cuajado de oro… los matadores deben lucir el oro, y ocasionalmente el azabache, la plata es propia del otro escalafón a pie, aunque haya hoy quien la prefiera como Abellán y otros… Ya sabemos que en sus últimos años Esplá abusaba de la escenografía pinturera para ganarse al público, e incluso le echaba algo de teatro, pero tenía torería a raudales. Si hubiera una cátedra de torería, Esplá debería dictar clases en ella. Gran espejo para los chavales que aspiren a ser toreros son por tanto los videos de Esplá frente al toro. Como se ha indicado líneas arriba, es muy importante creerte tu propia torería, aunque al inicio fuera impostada, pero, de tenerla tan presente, hacerla finalmente real: hay imágenes de novillero de Alejandro Talavante tentando en la ganadería de Zalduendo en las que va impecablemente vestido de corto, cuando en estos años es tan habitual ir a tentar algunos chavales hasta con vaqueros rotos, y rotos no por volteretas, sino rotos por moda…. No hace falta ir a tentar de corto, con calzonas, zahones y sombrero de ala ancha, sobre todo si eres novillero, pues basta con una gorra campera, un jersey oscuro si es invierno o una camisa blanca si es verano, con un pantalón ceñido apropiado, pero el hábito hace también al monje, sin duda… y lo que es importante es que las grandes figuras, que son verdaderos maestros, sí vayan de corto y calzona aunque sobren el sombrero y los zahones pues son espejo, o deben serlo, para los más jóvenes que empiezan. En la ganadería de Torrealta impone su dueño, Borja Prado Eulate, ir rigurosamente de corto a tentar, sean maestros o novilleros, y una vez que se le presentó así Curro Romero, hasta con sombrero, ahora no tiene reparo alguno en exigirlo. Dejando a un lado lo que se puede ver por algunos como un posible señoritismo andaluz propio de un ganadero de bravo en este caso de muy alta posición social -presidente de Endesa-, es evidente que la tradición de las formas ayuda mucho a la preservación del fondo, en todo pero particularmente en el toreo. Si los mayores no transmiten la torería, nadie lo va a hacer… desgraciadamente, pasaron los tiempos en que por la calle se distinguía a un torero por sus andares, como le ocurría al Niño de la Palma, o a banderilleros legendarios, como El Vito, o por llevar sombrero cordobés de ala ancha, como recuerdo de adolescente haber visto a Luis Fuentes Bejarano, ya mayor, por el barrio de Chamberí –nacido en Madrid y muerto en Sevilla, tenía un sevillanismo madrileñista único-, por ello la torería debe manifestarse con brillo al menos donde más procede: en los ruedos y en los tentaderos. Tampoco convienen los excesos, pues se cae en el otro extremo con facilidad y así no es difícil ver a novilleros en festejos con lujosos ternos y vasitos de plata para el buchito de agua, comportándose como si ya tuvieran el cortijo…, Dios sabe lo que se habrán tenido que empeñar sus padres para que el niño, pese a que ya tenga casi 30 años, luzca, aunque sea de espejo... El problema de la falta de torería de muchos diestros actuales creo que parte de la no transmisión de estos gestos referidos, que no son meros detalles o formalismos puntillosos pues ayudan mucho al todo del toreo como hecho artístico, que es cuando se manifiesta en su plena dimensión la torería. No son meros detalles pues así estamos en que muchas tardes vemos un fatal desarrollo de la lidia, por desconocerse hasta los terrenos de cada uno en el ruedo, y parece que asistimos a una capea o fin de encierro en vez de a una corrida reglada. Alguna tarde hasta vemos a algún novillero o ya matador descolocados con respecto al caballo, o in albis… No es que se desconozcan los terrenos del toro y no se les vea de salida en sus querencias por parte casi siempre de los más jóvenes toreros –realidad muy grave pues si no se ve al toro se está ciego-, sino que a veces se desconoce hasta tu sitio correcto en el ruedo por parte de estos jóvenes espadas y por ello se despistan y no están al quite en situaciones peligrosas… Torería no es solo formalismo, es saber estar, y cuanto antes se sepa mejor, si vas a ser torero, por lo peligroso de la profesión. La fotografía de unos preadolescentes Bienvenida andando de corto en Nueva York es paradigmática en este sentido: el Papa Negro transmitió la torería a cucharones a sus hijos en su finca La Gloria, como lo hizo Cayetano Ordóñez con los suyos. O la que transmitió el patriarca de los Dominguines, Domingo Dominguín –tal vez el mejor taurino que ha existido junto al Pipo-, a sus hijos: mucha de la soberbia torera de Luis Miguel venía no solo por su carácter sino de esta inculcada torería, en exceso en el caso de Luis Miguel pues la llevaba al extremo en situaciones, también fuera de la plaza, pero siempre necesaria para llegar a la cumbre del toreo –el número uno fue Luis Miguel unos años, gracias a ello-. Entre los muchos males actuales de la fiesta está la ausencia de competencia real y la falta de querer ser a toda costa el número uno, aunque ahora parece que una novedad, quiere serlo con ambición, Roca Rey, ya se verá si lo consigue. Estamos hablando de grandes dinastías pero muchos de los diestros actuales podrían rodearse, si no tienen viejos familiares del mundo del toro, de aficionados antiguos que saben que el hábito hace al monje, en vez de rodearse de palmeros que le ocultan su realidad, como es el caso de los mencionados novilleros que teniendo alrededor de 30 años siguen de tales y siguen engañados… por lo menos deberían estar, cuando pudieran, viendo videos de grandes maestros para aprender torería además de ver buen toreo: ¿alguien se imagina a Antonio Bienvenida, con su pañuelo de encaje en la chaquetilla, descalzarse antes de ir a hacer faena y dejar colocaditas las zapatillas junto a las tablas, yéndose al toro a pie descalzo?¿alguien se le imagina encaminarse al toro con los hombros caídos y andando con la mirada fija en la arena, como vagando por la plaza?. Por algo se le llamaba “don Antonio”, por el señorío de su toreo y el de su torería…. En fin, algunas de la cuestiones que se han indicado y que puede observar cualquier aficionado formado, resulta, paradójicamente, que son radicalmente omitidas, en silencio cómplice, por los profesionales que rodean a las figuras y no figuras, por los críticos taurinos de la prensa y por comentaristas televisivos de corridas en canales regionales, todos los cuales no hacen sino “dar jabón” a troche y moche en un buenismo suicida para la fiesta brava, callando bajonazos y destorerías ridículas como las mencionadas, o, lo que es peor, la presencia de toros manipulados que son obvios en televisión o de toritos que son casi utreros y que torean –qué casualidad- muchas figuras por esas plazas de provincias, que, eso sí, cobran carísima la entrada al lugareño. Y como nadie de los vinculados a los medios de información taurinos comentan estas realidades, debemos hacerlo los aficionados, que para eso pagamos nuestra entrada. No somos aficionados puristas, somos aficionados exigentes pues sino nadie exige. Por último, dos breves reflexiones sobre dos realidades que no son relativas al torero y que, siendo dos grandes destorerías, es algo mucho peor, es daño a la propia fiesta desde dentro y parten de los empresarios y del público respectivamente. Entre los primeros, ahora están muy de moda los festejos mixtos. Siempre, como mucho, abrió plaza un rejoneador y luego siguieron diestros, bueno… pero lo peor es que ya se ven festejos de dos matadores y un novillero (?), en el mismo cartel, e incluso, rizando el rizo del despropósito, el novillero sin picadores. ¿Qué es eso de no poner tres espadas del mismo escalafón cuando es lo suyo y natural que así sea para que al menos hagan el paripé de que compiten entre sí?. Ah, que ya sabemos que es que hoy no hay competencia y de lo que se trata es de ahorrar costes a toda costa… pues así vamos…, y hemos pasado de meter un rejoneador a un novillero y encima a veces sin caballo, ¡más barato imposible en una terna, ideal!, piensa el empresario… solo falta ya para el summun que salgan un rejoneador de los baratitos, un novillero sin caballos y un recortador!... y el matador que se quede en su casa!. Amigo Sancho, cosas veredes…!. El toreo a caballo tiene otros baremos que el de a pie pero da igual, el matador veterano, muchas veces figura, lo aplaude pues así no abre plaza… mientras me paguen… ¡al cuerno la competencia y el aquí estoy yo!. La otra realidad es la indultitis actual, pues de unos años a esta parte llevamos más toros indultados que en toda la historia de la tauromaquia. Es un hecho muy positivo en sí pues demuestra a la sociedad que el toro no siempre muere, y es un triunfo literal de la vida y de la bravura pues la ha mostrado donde debe hacerlo, en la lidia. Pero, ¿son de verdad de indulto la gran cantidad de toros que hoy en día lo son?. Este verano, en muy pocas semanas, ha habido varios toros indultados a la vez casi… pero es sabido por el buen aficionado que donde se mide de verdad la bravura es en varas y vemos que muy raramente ha tomado las tres reglamentarias, casi siempre son dos y regulares y hay indultos con una solo, un puyacito… pero se ha instalado el concepto de “durabilidad” en la muleta y que repita en ella como valor de bravura, cuando en un toro de lidia es lo suyo y natural que repita en la muleta. El valor de bravura real es que sea un toro de bandera: es decir, que empuje fuertemente con los riñones en varas, con fijeza, llevando al caballo y al picador hacia las tablas, romaneando si es preciso y siempre sin salirse de la suerte, y repitiendo en ella pese al castigo, metiendo la cara con fijeza, esto es lo decisivo y no que se arranque de muy largo aunque esto resulte bello al espectador: lo clave no es el galope sino cómo haga el encuentro en varas y cómo meta la cara y los riñones en el embroque… pero da igual que reciba solo una o dos varas y se haya salido suelto de ellas, lo importante hoy es que se le den cien muletazos aunque la mitad hayan sido sin humillar y sin llevarlo toreado!... y entonces entra el público en una catarsis colectiva de base irreal, pero es lo mismo, el presidente y asesores, en vez de mantenerse fríos al despropósito, se suman al delirio… bien saben los ganaderos que muchos toros indultados de hecho no valen como sementales luego y para decidirse a ello los tienen que probar e ir viendo largamente… sin duda, en los tiempos antitaurinos actuales, queda muy discursivo y bello indultar, pero por favor, para indultar repito lo obvio: que ha de ser de bandera el toro… ¿Qué diría hoy mucho público si vieran la de varas que se tomaban antaño, a lo largo de la segunda mitad del XIX e inicios del XX?. Consulten un librito que debe tener todo aficionado curioso en su biblioteca taurina, Los toros de bandera (1910), del Bachiller González de Rivera/Recortes, donde se repertorían toros bravísimos de verdad, con 16 puyazos como mínimo y de ahí en adelante, hasta veintitantos…!. Incluso hace justo un siglo, con una puya mucho más dañina que la del XIX, había toros de bandera que repetían hasta siete o diez veces en varas… ¡si vieran los revisteros de entonces que ahora se indulta con dos varas mal dadas, y a veces hasta sin ellas!. Pero hoy, pese a tantos indultos, importa poco en realidad la bravura, lo que importa de verdad es la estética y que se le den el centenar de pases referidos, aunque muchos sean trapazos, por eso el ideal para torear de una figura actual es que el carretón tuviera patas y se lo soltaran en el ruedo. Si se le han dado cien pases, sobra el tercio de varas, piensan muchos…!. No obstante, hay que reconocer con vehemencia que es gran verdad que este toro actual no tiene nada que ver con aquel, que tantas patas y casta tenía, no ya en esas décadas referidas sino posteriores, pues a esos toros había que poderles primero y torearles después, lo triste es que ahora casi siempre salen podidos e incluso casi picados –y sin casi también- y aún así no se les construye una faena, no ya buen toreo, y se van sin torear… pero a ver quien quita el agua al vino… mi primo Felipe dice que al ponerles la divisa ya van picados... Concluyendo, para no hacer este texto tan largo como las faenas actuales –jamás se dieron tantos avisos-: si despreciamos los aspectos formales y no tan formales que componen en conjunto la torería, acabaremos toreando en chándal por comodidad, quitando lustre y singularidad a una realidad que es única y que debe manifestarse en su esplendor, con todas sus luces, pues las sombras vienen solas o ya las trae lamentablemente el propio mundo del toro con sus interioridades o los enemigos de la corrida de toros, “algo muy hermoso” en palabras de Valle-Inclán y de Julio Camba, ambos de la gallega y poco torera Villanueva de Arosa pero que supieron ver la significación del toreo como rito. A la tauromaquia, siendo rito, hay que rodearla de misterio, de belleza, del magnetismo de lo muy singular, realzándola. ¿Haría falta una Filosofía de la Torería en este siglo XXI según los cánones clásicos pero para la actualidad?. Pues sí, sin duda. Por un lado es difícil, en esta sociedad estandarizada de los mass-media que por ejemplo encumbran juegos superficiales, intrascendentes y despersonalizados –al ser con el móvil- como es el de pokemon go (cazar un bichito en una pantallita), pero a la vez, estamos en una sociedad donde se valora mucho la personalidad individual, el liderazgo, la decisión, la inteligencia, la lucha frente a lo adverso, el dominio de la situación, la resolución en poco tiempo… y todo eso es lo que hace un torero, o debe hacer, frente a su oponente, y hacerlo bien, con brillantez y estética pero sobre todo con profundidad y emoción, manejando los instrumentos materiales y no materiales de su oficio con habilidad: esto es simplemente la torería. Si supiese el mundo del toro transmitir esto a la sociedad, junto al concepto de bravura del toro –¡no pido nada!-, habría sin duda menos antitaurinos y menos apáticos hacia la fiesta de toros, el único espectáculo trascendente que existe al estar en juego nada menos que la vida humana. Pero lo primero es mostrar la torería en el propio ruedo, y mal vamos en ello si se acude frecuentemente a destorerías. Con el buenismo torerista que calla evidencias nefastas y canta falsedades, solo vamos al suicidio de la fiesta. Da vergüenza ajena muchas veces oir los desmesurados elogios que salen de boca de los comentaristas televisivos de corridas y sus silencios cómplices, de hecho muchos aficionados quitamos el volumen del sonido al verlas… Repetimos, si los aficionados no exigimos nadie lo hará, unos por intereses, otros por comodidad, otros por temor laboral y por tanto autocensura, pero todos por complicidad. No se trata de purismo puntilloso o de que cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque, en determinados aspectos taurinos y no poco en el de la torería, sí lo fuera, se trata de no ir degenerando y de al menos mantener lo que nos han legado las generaciones anteriores. A este paso, entre la dura ofensiva antitaurina y los graves vicios internos del negocio de los toros, corremos el riesgo en pocos años de poder afirmar de la fiesta: “Entre todos la mataron y ella sola se murió”...